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HISTORIA
ZAIRA

FICHA TÉCNICA

Nombre: Zaira
Edad Actual: 26 años (en el momento de la Batalla del Eclipsis)
Género: Femenino
Lugar de nacimiento: Finix
Estado actual: En estado vegetativo, corazón aún latiendo.
Ocupación: Científica de élite – desarrolladora del Brazalete Heterihum.
Afiliación: Refugio del Sol, Chums, Budry
Relaciones clave:

  • Pareja: Chums

  • Figura fraternal/protegido: Budry

  • Mentor fallecido: Hadam

  • Mascota (fallecida): Rongo

  • Rey protector: Arkhen

 

Capítulo 1 – Fuego en Finix

Finix, una aldea oculta entre montañas al otro extremo del planeta, era conocida por sus atardeceres dorados y su sabiduría ancestral. Pero una tarde, el sol se ocultó con más rapidez de lo habitual, como si presintiera la tragedia.

Zaira, con solo ocho años, vio el mundo arder desde la ventana de su hogar.

Una enfermedad siniestra se esparcía como humo negro: Monkey-Eater 510. Nadie supo cómo llegó, pero cuando se hizo presente, devoró vidas con una crueldad que ningún libro había podido prever.

—¡Papá, mamá! —gritó Zaira, mientras el sudor y la fiebre consumían los cuerpos de sus padres.

Ambos cayeron en pocos días. Finix quedó sumida en el luto, y Zaira… en el silencio.

Sin hogar, sin consuelo, vagó por las calles rotas, sobreviviendo entre cenizas y promesas rotas.

Un año pasó así, entre libros rotos y cadáveres olvidados, hasta que una figura de voz serena la encontró entre los escombros del hospital central: Hadam.

—¿Tú estudias esto sola? —preguntó el hombre, viendo a Zaira anotar síntomas en un cuaderno sucio.

—Quiero saber por qué murieron… y cómo evitar que otros lo hagan —respondió, sin miedo.

Hadam sonrió.

—Entonces ven conmigo al Refugio del Sol. Hay más conocimiento del que puedas imaginar. Pero debes dejar este lugar.

Zaira levantó la mirada, determinada.

—Aún no. Quiero entender esta enfermedad. Dame un tiempo. Después iré contigo.

Hadam aceptó. Le dejó instrumentos, libros, energía y una promesa.

—Te esperaré.

Y cumplió. Pero el destino fue cruel: Hadam murió en batalla cuando Zaira tenía apenas diez años.

Cuando por fin decidió viajar al Refugio del Sol, fue sola, con un bolso lleno de apuntes y la mirada de una científica en formación.

Allí, el Rey Arkhen, impresionado por su potencial y los elogios de Hadam, la recibió como aprendiz del saber solar. A los dieciséis años, Zaira ya era reconocida por haber encontrado la cura al Monkey-Eater 510.

Pero no fue eso lo que cambió su historia… fue lo que creó con su dolor: un brazalete dorado llamado Heterihum, una obra maestra guiada por emociones.

Porque Zaira descubrió que el poder más grande, no está en las armas ni en los números… sino en los sentimientos.

​

Capítulo 2 – El Refugio del Sol

La brisa del amanecer soplaba con dulzura cuando Zaira, con apenas 14 años, se detuvo frente a las puertas doradas del Refugio del Sol.

El camino había sido largo. Viajó sola desde Finix, llevando en su mochila pergaminos, frascos sellados, y lo más valioso de todo: la cura que ella misma desarrolló para “Monkey-Eater 510”.

Las puertas del Refugio se abrieron sin ser tocadas. Un haz de luz descendió sobre ella, como si el lugar mismo la reconociera.

—Así que tú eres… la niña de la que Hadam hablaba —dijo una voz grave desde las alturas.

Zaira alzó la mirada. En lo alto de la escalinata, envuelto en túnicas con símbolos solares, estaba el Rey Arkhen.

Sus ojos brillaban como brasas, no por ira, sino por sabiduría acumulada a lo largo de siglos.

—Él me salvó la vida —respondió Zaira con voz firme—. Pero murió por proteger otras.

Arkhen descendió lentamente.

—Hadam… fue más que un sabio. Fue un faro. Y su luz aún arde… en ti.

Ella bajó la cabeza.

—No soy un faro, soy solo una científica con cicatrices.

—Las cicatrices, niña, son los mapas que nos llevan al verdadero conocimiento.

El Rey Arkhen la condujo al corazón del Refugio: una sala circular suspendida entre columnas que tocaban el cielo.

En el centro, flotaba un cristal solar que latía como un corazón.

Era la Fuente Integra, donde todo conocimiento del mundo se almacenaba en forma de luz viva.

Zaira pasó los siguientes años aprendiendo allí. Pero no como una simple aprendiz.

Ella devoraba el conocimiento con sed inhumana: biología, alquimia, neurología, física cuántica… incluso teorías de manipulación emocional.

Un día, en su habitación sellada de estudios, sus manos temblaban sobre una hoja de papel.

—Las emociones... —murmuró— ...no son solo impulsos. Son catalizadores. Son energía.

En ese momento, nació su proyecto más ambicioso. En una cámara especial, entre vapor y circuitos, moldeó el primer prototipo de un brazalete que podía sintonizarse con el alma.

—Te llamaré... Heterihum —dijo mientras colocaba el artefacto aún tibio sobre su muñeca derecha—.

Serás la prueba de que el alma es la fuente más pura de poder.

La primera vez que lo activó, una onda de energía recorrió el Refugio. Una muralla de luz dorada surgió por un instante desde su corazón. Varios alquimistas cayeron de rodillas al sentir la presión emocional en el aire.

—¡Ella está resonando con el núcleo emocional del plano! —gritó uno de los guardianes—. ¡Nunca había visto algo así!

Zaira retrocedió, asustada. El brazalete brillaba con una llama que latía como un corazón. Y de pronto… lágrimas.

—¿Por qué… por qué lloro? —dijo—. No estoy triste…

Pero en el fondo sí lo estaba. Porque por más conocimiento que acumulaba, nunca pudo compartirlo con Hadam. Nunca lo vio orgulloso, nunca pudo despedirse.

Arkhen entró a la sala.

—Lloras, porque el alma sabe lo que la mente calla.

Ella se secó el rostro.

—¿Por qué me trajo aquí?

—Porque este mundo se dirige al abismo. Y tú, Zaira, eres una de las últimas llamas que pueden evitar su extinción.

Silencio.

—¿Y si fracaso?

Arkhen se acercó y puso una mano en su hombro.

—Entonces, fracasa con fuerza. Porque en este lugar, incluso el fracaso se convierte en semilla de luz.

En los años siguientes, Zaira se convirtió en Científica Real del Refugio. Su nombre cruzó continentes. Su tecnología salvó pueblos enteros, su brazalete inspiró a jóvenes a estudiar la emoción como ciencia.

Pero cada noche, al cerrar los ojos, Zaira murmuraba una frase que Hadam le dijo cuando tenía 9 años:

—“La ciencia no debe evitar la muerte. Debe darle sentido a la vida.”

Y ella lo creía. Cada descubrimiento que hacía, cada plano que construía, cada nueva teoría que formulaba… todo lo hacía para no olvidar. Para honrar a Hadam. Para que ninguna otra niña, en ningún otro Finix, volviera a quedarse sola en el mundo.

​

Capítulo 3 – Chums

El Refugio del Sol era más que un templo de sabiduría: era una fortaleza viva donde la luz se estudiaba, se canalizaba y se defendía como si fuera el último lenguaje puro del mundo. Allí, entre columnas de cuarzo y túneles que respiraban energía, los Guardianes moldeaban su espíritu.
Y entre todos ellos… caminaba un joven distinto.
Uno que parecía no pertenecer a ninguna torre, a ningún dogma, a ningún límite.

Zaira, con solo diecisiete años, lo descubrió por primera vez sin querer… y sin estar lista.

​

1. El primer encuentro

La tormenta etérica había quebrado una torreta solar como si fuese un juguete. Los técnicos no se atrevían a tocarla hasta que los canales se enfriaran, pero él… ya estaba ahí.

Sus manos desnudas brillaban tenuemente por el calor del metal vivo. Cada golpe de su herramienta era seguro, firme, casi íntimo.

Zaira lo observó desde el balcón de los Archivos Vivos.
Su brazalete, Heterihum, vibró.
Una señal suave. No técnica.

Emocional.

—¿Interferencia? —murmuró, frunciendo el ceño.

Pero su pecho ya sabía la verdad antes que su mente.

​

1.2 Una noche que no estaba en los planos

El destino —o una coincidencia diseñada por la misma luz— los hizo coincidir esa noche en la Sala de Observación. El ventanal infinito mostraba el horizonte teñido por tormentas solares.

Él estaba ahí. De pie. Silencioso.

—¿Vienes a ver las tormentas solares? —preguntó sin girarse.

Zaira se cruzó de brazos.

—Vengo a escuchar los datos que gritan sin hablar.

Él soltó una risa suave.

—Típico de tu torre. Todo lo convierten en números.

Ella se acercó, sin perder la postura.

—¿Y tú? ¿Lo conviertes todo en músculo?

El silencio duró dos segundos. La risa, apenas uno.

—No —dijo él al fin—. Lo convierto en propósito.

Zaira lo miró con más atención.

—¿Y cuál es tu propósito?

Ahora sí se giró. La luz anaranjada marcaba sus cicatrices de entrenamiento, pero su mirada… su mirada tenía una calma extraña, casi imposible.

—No dejar que nadie sufra como yo sufrí —respondió.

Zaira bajó la mirada, la voz convertida en un susurro:

—Entonces… tenemos algo en común.

Fue la primera grieta en sus murallas.

​

1.3 Años de choque, Años de vinculo

No se enamoraron rápido.
Se descubrieron en silencio… entre misiones, errores y heridas.

Cuando Zaira activó por primera vez el segundo núcleo emocional de Heterihum, fue Chums quien se interpuso entre ella y un estallido que habría borrado la mitad del laboratorio.

—¿Estás bien? —le gritó él, sosteniéndola contra su pecho.

—Estoy viva… gracias a ti —susurró Zaira—. Idiota.

Él sonrió.

—Si me vas a insultar, al menos suena agradecida.

Ella se sonrojó.
Él también.

Más tarde, cuando el Espectro del Silencio atravesó el corazón de Chums, dejándolo al borde del apagón total, fue Zaira quien sostuvo su rostro mientras reparaba su pulso energético.

—No te mueras… —murmuraba, con la voz quebrada— No ahora. No tú.

Él abrió los ojos apenas, tocando su mejilla.

—Si tú lo dices… me quedo.

​

1.4 Aurora espectral

Una tarde, la aurora espectral cubrió el cielo con tonos azules que parecían humedecer el alma. Zaira y Chums observaban desde la cima del Refugio.

—Zaira… —dijo él sin aviso— ¿Qué somos tú y yo?

Ella parpadeó, sorprendida.
La luz azul la volvía irreal.

—Somos teoría y práctica —dijo con calma—. Razón y causa.
Somos… inevitables.

Chums extendió su mano, temblando por primera vez.

—¿Y si el mundo se rompe?

Zaira entrelazó sus dedos con los de él, sin dudar.

—Entonces lo reconstruimos juntos.

Sus manos se quedaron unidas largo rato. Y por primera vez, ninguno quiso soltarse.

​

1.5 Budry

A distancia, Budry —el joven aprendiz de Chums— observaba esa conexión. Primero confundido, luego fascinado… y finalmente, con un respeto profundo.

Zaira notó su mirada.

Una noche, se acercó al muchacho y le puso una mano sobre el hombro.

—Cuando me mires, Budry… recuerda esto: incluso en los lugares más fríos, la ciencia también puede ser abrigo.

El muchacho la abrazó, casi sin darse cuenta.

—Eres… como una estrella —dijo él—. Una que no quemó.

Ella lo abrazó también.

—Y tú, Budry… eres la prueba de que incluso las sombras pueden aprender a ser luz.

​

1.6 Un amor sin altares

Nunca anunciaron nada.
Nunca hicieron un gesto evidente.
Su amor no necesitó testigos.

Se forjó en noches de estudio, misiones suicidas, silencios compartidos y promesas enterradas en miradas.

Pero mientras más puro era…

…más se acercaba el eclipse.

El cielo cambió de color.

Los dioses enmudecieron.

Y en el horizonte, un nombre prohibido comenzó a resurgir.

Moros.

Zaira aún no lo sabía, pero su amor pronto sería puesto a prueba.

Y no había ecuación, no había núcleo emocional, no había ciencia capaz de evitar lo que venía.

​

Capitulo 4 - La boda en la catedral del Refugio del Sol

La Catedral del Refugio del Sol jamás había brillado tanto. Era como si cada piedra, cada viga dorada, cada fragmento de cuarzo fuese un testigo consciente del acontecimiento que estaba por ocurrir.

Los rayos solares atravesaban los vitrales creando figuras vivas que danzaban en el aire. Esa luz no era simple iluminación: era una bendición antigua, un reconocimiento silencioso de que el Refugio estaba celebrando algo importante.

Ese día, Zaira y Chums, ambos de apenas diesiocho años, unirían sus caminos frente a todo el reino… y frente a fuerzas que ni siquiera comprendían del todo.

​

1. La llegada de los honorables

La catedral vibró suavemente cuando las grandes puertas se abrieron para recibir al Rey Arkhen.

El monarca caminó con la autoridad de quien carga el peso del Sol en sus hombros. Su capa, adornada con símbolos del linaje solar, se extendía como un amanecer detrás de él. A su derecha caminaba la Princesa Tahiana, en un vestido blanco con bordes ámbar. Su aura emocional brillaba como una brisa cálida.

Los presentes hicieron una reverencia profunda.

—Hoy la luz honra a dos almas valientes —declaró Arkhen, con voz profunda que resonó en la catedral—. El Refugio los acompaña.

Tras ellos entraron los Guardianes del Refugio, en formación perfecta. Sus armaduras reflejaban la luz de los vitrales creando destellos que parecían alas brillantes. Era la guardia completa, algo reservado solo para ceremonias reales y juramentos solemnes.

​

1.2 Los amigos y la familia

Los primeros invitados comunes en entrar fueron Budry y Rongo.
Budry parecía más nervioso que el propio novio, con una tunicola blanca que Alice le había ajustado esa mañana.

Rongo caminaba a su lado con la majestuosidad de un felino que entiende que está presenciando un momento trascendental.

Después entraron:

– Sky, impecable, como si la ceremonia fuera una misión sagrada
– Cannorth, serio, respetuoso
– Ikaru, observando los patrones energéticos como si leyera poesía en ellos
– y finalmente Alice, la madre de Chums y Budry.

Alice apenas cruzó el umbral cuando comenzó a llorar con orgullo.

—Mi hijo… —sollozó—. Nunca pensé verlo tan feliz… tan pleno.

Budry le tomó la mano.

—Yo tampoco, mamá…

Rongo maulló suavemente, como dándoles permiso para sentir todo lo que estaban sintiendo.

​

1.3 Chums ante el altar

Chums estaba de pie frente al altar, respirando profundamente.
Jamás había estado tan nervioso… ni en batalla, ni en pruebas, ni enfrentando espectros.

Sky se acercó.

—Respira. No es un demonio errante. Es Zaira.

—Sí —dijo Chums intentando sonreír—. Y eso me asusta más.

Cannorth soltó una risa baja.

—En eso tiene razón.

Pero todo humor se evaporó cuando, al levantar la mirada hacia los vitrales altos, Chums la vio.

La silueta negra.
Estaba allí otra vez.

Alta.
Inmóvil.
Sin rostros.
Sin facciones.

Observándolo a él, únicamente a él.

Chums parpadeó.
Subió una mano instintiva hacia su arma… pero no estaba armado.
El día no lo permitía.

La figura desapareció.

Su corazón se aceleró.

Ikaru notó algo.

—¿Chums? ¿Percibiste algo?

—…Nada —mintió—. Después lo hablamos.

​

1.4 Zaira y la luz

Las puertas se abrieron de nuevo.

La catedral entera contuvo la respiración.

Zaira caminó lentamente hacia el altar, rodeada por una luz tan pura que parecía nacida de ella misma. Su vestido blanco tenía filamentos dorados que parecían moverse como circuitos vivos. Su brazalete Heterihum brillaba con un resplandor tenue, expectante.

Arkhen y Tahiana observaban con orgullo.

Los Guardianes inclinaron la cabeza al verla pasar.

Alice estalló en llanto.

Budry también.

Rongo entrecerró los ojos, como si estudiara cada movimiento suyo.

Cuando llegó al altar, Chums logró susurrar:

—Zaira… pareces un sol en forma humana.

Ella sonrió.

—Y tú pareces a punto de desmayarte.

—Estoy bien. Creo.

—No lo creo —lo picó, dulce—. Te conozco.

Chums respiró hondo.

—Zaira… antes de que empecemos… hay algo que—

Ella le tomó las manos.

—Hoy no hay miedo, Chums. Solo nosotros. Lo demás… después.

​

1.5 El regalo de Budry

Antes del inicio del ritual, Budry se acercó tímidamente, temblando con emoción. En sus manos sostenía algo envuelto en tela verde.

—Maestra Zaira… yo… tengo algo para usted.

Ella se agachó para quedar a su altura.

—¿Qué traes, Budry?

El joven retiró la tela y reveló un corazón de cristal verde, perfecto, vibrante, lleno de energía emocional pura.

Todos quedaron en silencio.

—Lo encontré cerca de la torre norte —dijo Budry—. Sentí que… le pertenecía. Para su Heterihum.

Los ojos de Zaira se llenaron de lágrimas.

—Budry… —susurró— es… hermoso.

Alice lloró aún más.

—Mi hijo… siempre encuentra tesoros donde otros ven ruinas.

Zaira abrazó a Budry con fuerza.

—Gracias, pequeño. Este corazón será parte de mi alma.

Rongo dio un pequeño maullido solemne, aprobando.

​

1.6 Los votos del sol

El sacerdote solar levantó el báculo y la luz dorada llenó el altar.

—Hoy no unimos cuerpos. Unimos destinos.
No unimos guerreros. Unimos almas que eligieron caminar juntas ante la luz del Sol Primigenio.

Zaira tomó las manos de Chums.

—Juro proteger tu espíritu cuando la razón falle.
Juro amarte incluso si el mundo se vuelve caótico.
Juro ser tu ciencia… y tu refugio.

Chums sintió la voz quebrarse.

—Juro luchar por ti incluso si el Refugio cae.
Juro amarte cuando la luz esté contigo… y también cuando todo sea oscuridad.
Juro ser tu fuerza… y tu hogar.

Arkhen cerró los ojos en señal de aprobación.
Tahiana sonrió con emoción.
Los Guardianes golpearon el pecho en saludo solemne.
Alice lloró sin control.
Budry tembló de orgullo.
Rongo mantuvo la mirada fija, protector.

La luz dorada descendió y rodeó a la pareja.

El sacerdote declaró:

—La luz los reconoce.
Son uno, ahora y siempre.

​

1.7 El beso que detuvo el refugio

Chums la miró.

—¿Puedo…?

Zaira tocó su mejilla.

—Solo hazlo.

Y se besaron.

La catedral vibró.
Los vitrales explotaron en colores.
La guardia entera se puso firme.
Tahiana llevó una mano a su boca, emocionada.
Arkhen sonrió apenas, un gesto raro en él.

Pero mientras todos celebraban…

En lo alto del vitral principal…
entre la luz…
la silueta negra volvió a aparecer.

Más cerca.

Más definida.

Sin rostro.
Sin nombre.
Sin respiración.

Solo mirando a Chums.
Solo a él.

Y aunque nadie más lo vio…

Chums sintió en su alma una promesa helada:

“El eclipse se acerca…
y vendré por ti.”

Él apretó a Zaira con un poco más de fuerza.

Zaira susurró:

—Juntos, Chums. Lo que sea.

Y así, entre luz, amor y sombras silenciosas…
la historia de ambos dio un paso hacia su mayor prueba.

​

Capítulo 5 – El eclipse

Una grieta invisible se abrió en los cielos. No era física, sino un presagio: algo en el equilibrio del mundo comenzaba a desgarrarse.

Los cálculos de Zaira eran precisos, como siempre.

Había trazado con exactitud el momento en que la sombra total cubriría el Refugio del Sol.

Pero lo que no pudo predecir fue la otra sombra… la que no venía del cosmos, sino de los abismos olvidados.

Moros había despertado.

Y esta vez, no venía solo.

Todo comenzó con el viento. Un susurro denso que se coló por las grietas del bastión.

Luego, la tecnología empezó a fallar.

Las defensas solares se apagaban como velas. Las plantas del Refugio se marchitaban sin razón.

Y los niños soñaban con ojos negros que los observaban desde el cielo.

Zaira analizó las fluctuaciones. Heterihum palpitaba con fuerza, desbordado por una mezcla incontrolable de emociones: miedo, ira… pérdida.

Pero no estaba en el campo de batalla.

Ni siquiera sospechaba que la tragedia ya había comenzado en el lugar más sagrado para su corazón: la casa de Chums.

A las afueras del Refugio, Chums se encontraba en su hogar, compartiendo una rara tarde de calma con su madre, Alice, y su inseparable mascota, Rongo. Habían preparado té de escarcha solar, una de las pocas cosas que aún hacían reír a Chums.

—Parece que algo pesa sobre ti —dijo Alice, tocándole el hombro.

Chums miró hacia el cielo oscurecido.

—No sé por qué… pero siento que el tiempo se está torciendo.

Rongo maulló. Pero no fue un sonido cualquiera. Fue un gruñido… un aviso.

Y entonces el mundo se quebró.

La casa fue consumida por una explosión súbita de fuego y sombra. No hubo tiempo de escapar.

No hubo advertencias.

Alice gritó. Rongo saltó hacia Chums.

Luego… nada.

Zaira, aún en el laboratorio, sintió una punzada aguda en el pecho. Heterihum se encendió sin su control.

—¿Qué estás intentando decirme…? —susurró, mientras una corriente emocional le mostraba imágenes difusas de calor, cenizas y un nombre: Chums.

Corrió sin pensar. A través de los pasillos. A través del miedo. A través del eclipse que ya había alcanzado su cenit.

Cuando llegó a la casa… sólo encontró ruinas.

El techo colapsado. Las paredes calcinadas. El silencio más cruel que jamás había escuchado.

Entre los escombros encontró dos cuerpos: el de Alice, irreconocible salvo por el brazalete que ella misma le había regalado… y el de Rongo, reducido a cenizas aún abrazado a algo invisible.

Zaira cayó de rodillas.

—No… no puede ser…

Buscó. Escarbó con las manos ensangrentadas. Gritó. Llamó a Chums una y otra vez.

Pero su cuerpo no estaba.

Ni entre los muertos… ni entre los vivos.

Días después, los restos fueron analizados. El Refugio dictó lo obvio: Alice, fallecida. Rongo, también.

Chums: desaparecido. Presunto muerto.

Zaira no aceptó el veredicto.

—Si hubiera muerto… lo habría sentido.

Nadie pudo discutirlo. Nadie se atrevió a enfrentarse a su dolor.

Desde entonces, Zaira se recluyó. Custodió el lugar de la tragedia como un santuario. Y en silencio, con el corazón roto, comenzó a construir una nueva versión de Heterihum… una que pudiera, algún día, no solo defender… sino encontrar.

Porque Chums… aún vivía en algún lugar.

Ella lo sabía.

Y el eclipse… no había terminado.

​

Capítulo 6 – El Vacío que Dejó la Ausencia

Tres años habían pasado desde aquel día.
Desde el día en que Zaira entró a aquella casa calcinada en el Refugio del Sol y encontró solo silencio… y cenizas.
El cuerpo de Chums jamás fue hallado, y el vacío que dejó no solo devoró el hogar, sino también los corazones de quienes lo amaban.

Zaira vagaba por las instalaciones del Refugio como una sombra de sí misma.
Los laboratorios, las bibliotecas, incluso el cielo que solía estudiar… ya no la llenaban de vida.

Se sentía sola, rota por dentro.

Pero aún había una chispa que no se apagaba: Budry.

Era un mediodía gris cuando Zaira, con apenas 23 años, entró al comedor de la Guardia.
Lo encontró sentado solo, el rostro apoyado en el brazo, el uniforme arrugado y el ánimo completamente apagado.

Había algo extraño en su postura, algo que le hacía temblar los huesos: la chispa de vida que recordaba de él estaba cubierta por una sombra que parecía respirar.

Se acercó despacio, pero no pudo evitar que un escalofrío recorriera su espalda.

Podía sentirlo antes de verlo: algo dentro de Budry no era él.

La presencia era fría, calculadora, como un depredador oculto en su carne.

—Budry… —susurró Zaira, temblando—. Te he estado buscando… todos estos años. Lo siento por no estar allí.

Él levantó la mirada un instante. Sus ojos ya no eran del chico que conocía.

Eran oscuros, vacíos, pero en el fondo algo se removía, algo que no podía ser nombrado.

Era él… y no era él al mismo tiempo.

Zaira sintió que el aire se volvía denso, que la habitación se encogía.

Su mente escuchó algo que no venía de su voz, sino de dentro de él.
—Ese es mi trabajo… perra malparida.

El sonido rasposo se deslizó en su cabeza como cuchillas.

Luego vino la risa, y no pudo distinguir si era Budry o la entidad que lo había tomado:
—¡JA JA JA JA JA JA…!

Zaira retrocedió, presa del pánico y la repulsión.

El corazón le latía con violencia mientras veía a Budry inclinar ligeramente la cabeza, como si la carcajada hubiera sido un viento que lo atravesaba y no lo afectara en lo más mínimo.

Algo se rompió en ella, pero también algo se fortaleció. Trató de no apartar la mirada.
—Lo que sea que estés cargando… yo también lo llevaré contigo.

Y lo dijo con tal firmeza que la sombra dentro de Budry pareció temblar, aunque él no lo mostrara.

Zaira no sabía si estaba protegiéndolo de la entidad o si, de algún modo, le estaba declarando guerra.

Pasaron los años. Budry permaneció en la Guardia, endurecido y peligroso, aunque la chispa de humanidad que Zaira había percibido seguía allí, mínima pero persistente. A los quince, fue enviado al campo de batalla, donde criaturas mágicas comenzaron a emerger.

Allí, al frente de la línea, Zaira también estaba. No por deber, sino por promesa.

Por amor.

Lucharon contra horrores que ningún libro había registrado.

Y aunque la distancia emocional entre ellos era enorme, ella jamás bajaba la guardia, consciente de que la entidad que habitaba en Budry era su fuerza… y su prisión.

Sabía que la batalla final estaba cerca.
Y también sabía que el verdadero peligro no venía de fuera.

Venía de dentro.

​

Capítulo 7 – La Llamada del Rey

—Zaira. —la voz de Arkhen retumbó como un trueno suave—.
Acércate.

Ella dio un paso, luego otro. El aire vibraba.

—Mi Rey… —dijo inclinando ligeramente la cabeza— estoy aquí por petición vuestra.

Arkhen la observó con detenimiento. Tenía la mirada de quien ha visto futuros y cargas demasiado pesadas.

—Has demostrado lealtad cuando la oscuridad se tragó todo. Cuando muchos retrocedieron, tú avanzaste.
—No lucho por reconocimiento, Alteza. Lucho por el Refugio… y por no repetir errores del pasado.
Arkhen sonrió débilmente.

—Precisamente por eso estás aquí.

Las antorchas brillaron más fuerte. Un silencio denso llenó el salón.

—Zaira, hija del Viento Carmesí, protectora del Escuadrón Solar…
hoy debo tomar una decisión que marcará el destino del Refugio.

Zaira levantó la mirada, con el ceño fruncido.

—¿Qué decisión…?

El Rey alzó su cetro, y la luz se expandió formando un sello solar en el techo.

—Te he elegido para ascender al trono como mi Mano Derecha.
La Segunda Vocera del Sol.

Zaira quedó inmóvil.
El silencio se rompió como vidrio.

—Mi Rey, yo… no soy digna de ese lugar. Hay guerreros y estrategas con más experiencia que yo.
Arkhen dio un paso hacia ella.

—No necesito experiencia.
Necesito corazón.
Necesito alguien que no tiemble ante la verdad, alguien que no tema decirme que me equivoco.
Y tú… eres la única que lo ha hecho.

Zaira apretó los puños. Los recuerdos pasaron como relámpagos: las batallas perdidas, los muertos, su culpa, su fuerza.

—Si acepto… mi vida ya no será mía.
—Nunca lo fue. —susurró Arkhen—. La vida de un líder pertenece a su pueblo.

Zaira cerró los ojos un momento…
y se arrodilló.

—Entonces acepto. En honor al Sol… y al Refugio.

El Rey colocó el cetro sobre su hombro.

—Levántate, Zaira de la Rosa Carmesí… Mano Derecha del Rey Arkhen.
—Que el Sol me juzgue si fallo.

​

Capítulo 8 - La Ciencia del Sol

El sonido de las compuertas resonó como un trueno metálico que hizo vibrar el laboratorio de Zaira. Ella levantó la mirada de sus apuntes: cuatro niños estaban entrando por los pasillos custodiados por la Guardia Solar.

“Ya llegaron…”
Los niños del incidente. Los que tocaron el fragmento del Sol Caído.
Y en algún punto de su pecho, una mezcla de intriga e irritación se agitó.

El Refugio del Sol no era una maravilla para los ojos infantiles, pero para Zaira era su hogar desde que recordaba: un santuario vivo de tecnología antigua, muros respirando calor, cristales que contenían el corazón mismo del astro.

Ella avanzó, manteniendo sus emociones bajo férreo control.

Budry fue el primero en hablar, con esa imprudencia que siempre la sacaba de quicio.

—Vaya… pensé que el “Refugio del Sol” tendría menos olor a sudor.

Zaira exhaló lentamente.
Imbécil adorable…
Budry tenía esa capacidad de irritarla y fascinarla al mismo tiempo.

Sky lo reprendió, Cannorth analizaba cada símbolo…
Y luego estaba Ikaru.

Zaira se quedó observándolo cuando él no la veía.
Había algo en él… algo que ella misma no comprendía.

Cuando el Guardián Wilzik los condujo a la cámara del trono, Zaira siguió detrás con pasos firmes.

​

Capítulo 9 – La Mirada del Rey

El trono del Rey Arkhen los recibió con su habitual imponente serenidad.
Zaira se ubicó a su lado, como era costumbre, observándolo todo.

Los niños eran curiosos. Peligrosos.
Y el Refugio no reaccionaba sin motivo.

—Tres imprudentes y un curioso —dijo ella, sin quitarle los ojos a Budry.

Ikaru levantó la mano.
—Yo no lo toqué.

Zaira lo escaneó con la mirada.

—Lo pensaste.

Él sonrió. Insolente.
Y por primera vez, Zaira sintió que no podía leerlo completamente.

Tahiana también lo observaba, fascinada.
Zaira lo notó de inmediato.

La heredera… interesada en el niño silencioso.
Eso complicaría las cosas.

Cuando Arkhen descendió del trono, Zaira sintió la energía del lugar tensarse.

—El Sol los marcó —dijo el Rey—. Su destino ya no les pertenece por completo.

Budry volvió a hablar de comida.
Zaira se llevó una mano al puente de la nariz.
Sky se tensó.
Ikaru… ese niño sonrió, como si desafiara la gravedad del momento.

Zaira lo analizó.
No teme. No entiende. O entiende demasiado.

​

Capítulo 10 – El Juramento Solar

La cúpula central ardía con luz líquida.
Zaira calibró los anillos con movimientos precisos. Ningún científico tenía su nivel de control sobre la energía solar concentrada.

Su respiración se mezclaba con el murmullo del altar.
Ese era su templo.

Arkhen recitó el juramento.
Zaira lo escuchó en silencio, pero no por devoción:
Ella analizaba cada pulsación, cada fluctuación energética alrededor de los niños.

La luz tocó a Budry, a Sky, a Cannorth…
Todo normal.

Pero cuando llegó a Ikaru…

Zaira se quedó inmóvil.

La energía no lo envolvió.
No lo penetró.
No reaccionó a él.

En cambio, el entorno se detuvo.

Silencio.
Absoluto.
Como si el mundo hubiera inhalado y olvidado exhalar.

Ikaru abrió los ojos.

—¿Sintieron eso? El tiempo… se detuvo.

Tahiana lo miraba como si hubiera presenciado un milagro.

Zaira sintió, por primera vez en años…
miedo.

No a él.
A lo que representaba.

Ese niño… es un punto muerto en el flujo. Una anomalía temporal.

Y el Refugio no había producido anomalías…
Desde la caída del Sol.

​

Capítulo 11 – La Deducción de Zaira

Esa noche, Zaira regresó a sus laboratorios.
Encendió los cristales de análisis.
Repasó cada lectura.
Cada gráfica.

Ikaru no tenía un patrón.
Budry sí. Sky sí. Cannorth también.
Pero él… no.

Era como leer un libro sin letras.

Arkhen entró sin anunciarse, como siempre hacía con ella.

—Zaira —dijo, con voz grave—. ¿Qué viste?

Ella dudó.
Arkhen rara vez la veía dudar.

—No sé qué es ese niño —admitió—. Pero no pertenece a ninguna línea energética conocida.

El rey la observó con su calma eterna.

—¿Puede ser peligroso?

—No aún. Pero lo será… si no lo guiamos.

Arkhen asintió.

—Quiero que estés cerca de ellos. De todos.
Pero especialmente de él.

Zaira apretó sus guantes.
—¿Por qué yo?

—Porque eres la única en el Refugio que puede ver más allá de la luz.

La única… capaz de ver la sombra.

​​

Capitulo 12 - Amanecer de Hierro

El sol artificial del Refugio apenas comenzaba a elevar su tono dorado cuando Zaira terminó de ajustar los calibradores de energía en su laboratorio. Sus noches eran largas, y su mente rara vez descansaba… especialmente desde la llegada de los cuatro niños marcados por el Sol Caído.

Un estruendo metálico resonó desde los dormitorios contiguos.
Golpes. Voces.
Y la inevitable aparición de Wilzik.

Zaira dejó sus herramientas y se asomó por el corredor elevado justo cuando el Guardián pateaba la puerta de los aprendices.

—¡Arriba, ratones solares! —rugió Wilzik—. ¡El amanecer no espera a los perezosos!

Zaira apoyó los codos en la baranda, observando la escena desde las alturas.

Budry se levantó tambaleante.
—¿Ratones solares?... yo pedí ser un cuervo nocturno.

Zaira entrecerró los ojos. Siempre hablaba de más.

Wilzik apuntó con su lanza.
—Hablar en la formación y el doble de flexiones.

—¿Eso cuenta como entrenamiento extra? —dijo Budry, casi orgulloso.

Sky lo golpeó en la nuca.
Wilzik sonrió.
—Diez vueltas a la torre.

Zaira negó con la cabeza.
—Idiota… —susurró, aunque con un leve toque de afecto involuntario.

Desde su balcón, notó también a Tahiana: no observaba el caos del entrenamiento, sino a un solo niño.

A Ikaru.

Y Zaira lo notó todo.

​

Capitulo 13 - El entrenamiento

El campo de entrenamiento ardía bajo el sol artificial.
Zaira caminaba alrededor de la plataforma central, evaluando a los niños.

Las estatuas de los héroes solares proyectaban sombras imposibles, pero una destacaba entre todas: la de Chums, hermano mayor de Budry.

Zaira vio cómo el pequeño se detuvo, congelado ante la figura de su hermano desaparecido.

—Chums… —murmuró él.

Zaira sintió un tirón en el pecho.
Budry, pese a su insolencia, llevaba una carga que nadie de su edad debería soportar.

Ikaru se acercó a Budry con la empatía torpe que lo caracterizaba.

—¿Todo bien?
—Solo… recordando.

Tahiana, desde la plataforma, observaba la escena, pero sus ojos una vez más regresaron a Ikaru.

Zaira tomó nota mental.
La heredera. Demasiado interesada.
Otra complicación.​

​

Wilzik, satisfecho con el sudor y los tropiezos de los jóvenes, rió con una carcajada que resonó en todo el campo.

—Perfecto. Agallas tienen. Falta coordinación.

Zaira levantó la vista.
Wilzik tenía esa expresión de “voy a hacer algo estúpidamente peligroso”.

—¡Formen el círculo! —ordenó.

Los soldados rodearon a los niños.

Zaira bajó de inmediato las escaleras del balcón.

—¿Wilzik? ¿Vas a ponerlos contra soldados reales?

—Claro que sí —respondió él—. La luz no espera a que uno esté listo.

Zaira estuvo a punto de replicar, pero se contuvo.
Sabía que interrumpir el entrenamiento generaría aún más choques con él.

Budry tragó saliva.
—Iba a pedir un descanso… pero ya no.

La pelea comenzó.
Y Zaira observó cada movimiento analíticamente.

Pero entonces ocurrió.

El tiempo pareció… torcerse.

Ikaru levantó su lanza.
Y Zaira sintió el flujo solar alrededor de él ralentizarse.
Los impulsos energéticos caían como si pesaran más.
Los sonidos se distorsionaban.

Una burbuja de silencio.
Solo un instante.

Pero suficiente para que Zaira lo notara.

Ikaru cayó al suelo cuando el mundo volvió a la normalidad.

Tahiana contuvo el aliento.
—Lo hizo de nuevo… —susurró ella, fascinada.

Zaira cruzó los brazos, inquieta.

—Ese niño… tiene algo que no comprendo todavía.

Algo que escapaba incluso a sus ecuaciones.

Y eso la aterraba.

​

Capitulo 14 - El juicio de Arkhen

Horas más tarde, Zaira acompañó a los cuatro niños hacia la Cámara Solar.
Su tableta brillaba con datos inestables, fluctuaciones imposibles.

Arkhen los recibió en silencio, imponente.

Zaira dio un paso al frente.

—Señor… Ikaru manifestó una alteración temporal espontánea durante la práctica.

Arkhen inclinó ligeramente la cabeza.
—Explique.

Zaira proyectó los datos.
—Hubo un desfase. El tiempo se ralentizó desde su percepción. Algo externo al flujo solar.

Budry levantó la mano.
—¿Eso significa que yo también puedo hacerlo?

—No —dijo Zaira con un suspiro cansado—. Y por favor, no lo intentes jamás.

Ikaru bajó la mirada.
—No lo hice a propósito…

Zaira lo observó.
Sus pupilas no reflejaban energía solar.
Reflejaban… otra cosa.

Tahiana murmuró:
—Debe ser único…

Arkhen se levantó con autoridad.

—Entrenarán juntos. Serán una unidad.

Wilzik sonrió con malicia contenida.
—Voy a disfrutar esto.

Zaira miró a Budry.
Sus ojos se suavizaron apenas un segundo.

—Te vigilaré de cerca —dijo—. A ti… y al resto.

Budry sonrió.
—Entonces estaré bien.

Algún día, Zaira sabría que esas palabras tenían un peso profético.

​

Capitulo 15 - Bajo el polvo y el acero

Desde uno de los balcones superiores, Zaira observaba la noche caer sobre el Refugio.

Los niños conversaban en la terraza:

Budry, comiendo pan duro.
Sky, siempre firme.
Cannorth, analizando.
Ikaru, silencioso.
Tahiana, mirando a Ikaru como si estuviera viendo un eclipse.

Zaira apoyó una mano en la baranda.

Están cambiando.
El Refugio está cambiando.
Y algo en ese niño… en Ikaru… está rompiendo reglas que nadie ha roto desde la caída del Sol.

Su mirada bajó hasta la estatua de Chums, iluminada por la cúpula.

El hermano ausente.
El vacío presente.
Y la tarea gigantesca que tenía frente a ella:

Guiar a cuatro niños marcados por un destino que ni siquiera ella podía medir.

—Que el Sol me dé paciencia… —murmuró.

Pero en su corazón, sabía la verdad.

No era paciencia lo que necesitaría.

Era valentía.

​

Capitulo 16 - La mañana más oscura

El sol artificial aún no alcanzaba su punto máximo cuando Zaira terminó de revisar los informes de energía del Refugio del Sol. Desde su torre de observación, veía el patio central, donde los niños se reunían para el entrenamiento.

Ella no parpadeaba. Analizaba. Medía.
Cada niño, cada aura, cada anomalía.
Era su responsabilidad anticipar aquello que nadie más podía ver.

Wilzik, con su lanza en alto, caminaba entre los jóvenes como un verdugo orgulloso.

—Hoy —tronó su voz— no entrenaremos como aprendices. Entrenaremos como soldados.

Zaira frunció el ceño. Soldados… demasiado pronto.

Budry tragó saliva.
—¿Soldados? ¿No dijimos “aprendices”?

Wilzik respondió sin mirarlo:
—Aprendices que no mueren si hacen algo mal. Pero si no aprenden… morirán.

Zaira exhaló con molestia. Siempre tan dramático, pensó. Aunque… en cierto modo, tenía razón.

Sus ojos se movieron a Ikaru.
Él no decía nada.
Solo observaba, analizando cada movimiento de los otros niños.
Exactamente como lo haría un sensor temporal, pensó Zaira sin querer admitirlo en voz alta.

Desde un balcón lateral, Tahiana lo observaba también, pero con una mezcla de preocupación y admiración.

—Él… siempre parece estar un paso adelante… —susurró la heredera.

Zaira lo escuchó desde lejos.
Y aunque no lo mostró, estuvo de acuerdo.

​

Capitulo 17 - El primer enfrentamiento simulado

Wilzik ordenó formar un círculo.

—Hoy habrá un enemigo simulado. Quien lo derrote será observado por el Consejo.

Zaira bajó un nivel de la torre. Algo en el aire le había cambiado el pulso.

De entre las estatuas, surgió un resplandor oscuro.
No una ilusión.
No un error.

Una figura de sombra estirada, ojos como brasas, aura devoradora de luz.

Zaira apretó los puños.

—Wilzik… ¿qué diablos hiciste? —murmuró con alarma.

Budry retrocedió.
—¡Eso no estaba en el plan!

Ikaru sintió la distorsión primero.
Zaira lo notó: sus pupilas vibraron como si un segundo mundo se reflejara en ellas.

El tiempo alrededor del demonio parecía moverse más lento…
pero solo para él.

Ikaru murmuró:
—¿Qué… qué me pasa?

—No retrocedan —gritó Wilzik—. Usen lo que tienen, aunque no sepan cómo.

Zaira dio un paso hacia adelante, lista para intervenir…
pero algo en Ikaru la obligó a detenerse.

Él esquivó por instinto.
Anticipó una garra que aún no se había movido.
La energía dorada le emanó del cuerpo por microsegundos, destellos que solo un ojo entrenado como el de Zaira podía ver.

Otra vez… alteración temporal espontánea, pensó.

Tahiana, desde arriba, contuvo la respiración.

—Es… como si viera el tiempo antes de que pase…

Zaira cerró los ojos un instante.
Exactamente eso.

​​

Mientras Budry esquivaba un ataque, su mirada se cruzó con la estatua de Chums. Zaira detectó el cambio inmediato en su ritmo cardíaco, en la postura, en la expresión.

Lo entendió.
Ese niño, por más torpe o bocón que fuera, tenía un corazón que ardía incluso cuando la luz pesaba.

—Chums… no voy a fallarte —susurró Budry.

Zaira bajó la cabeza por un instante.
Tu hermano estaría orgulloso, pensó, pero no dijo.

Tahiana seguía teniendo su atención clavada en Ikaru.
Zaira tomó nota mental.
Eso puede complicar las cosas… para ambos.

​​

Ikaru fue golpeado.
Un impacto leve.
Pero suficiente para desencadenar algo imposible.

La arena a su alrededor se congeló por un segundo.

Zaira jadeó suavemente.
No por miedo.
Por confirmación.

Él puede afectar el flujo del tiempo sin querer.

Ikaru vio entonces una visión:
Un hombre encapuchado, rodeado de relojes flotantes, manecillas girando sin sentido.
Un símbolo que Zaira reconocería incluso sin verlo: un heraldo del tiempo.

Ikaru susurró:
—¿Quién eres…?

Zaira murmuró desde la torre:
—Quien te está llamando… no debería existir más.

​​

El demonio avanzó, pero Ikaru lo empujó hacia la luz de las estatuas.
La sombra explotó en un estallido de oscuridad.

Wilzik gruñó:
—¡No es suficiente! Pero… es un comienzo.

Zaira observó los rezagos de energía temporal en el aire.
Era hermoso…
y aterrador.

Budry se acercó a Ikaru.
—¿Cómo hiciste eso?

—No sé… —respondió Ikaru— como si pudiera ver antes de que suceda.

Tahiana susurró desde la distancia:
—Él siempre será diferente… y no puedo dejar de mirarlo…

Zaira apretó la baranda.

—Ese niño… —dijo en voz baja— tiene algo que aún no entiendo. Y eso… podría ser peligroso para todos.

​​

La noche cayó.

Los niños descansaban, exhaustos.
Budry se sentó frente a la estatua de Chums, murmurando promesas silenciosas.
Tahiana observaba a Ikaru sin atreverse a acercarse.
Ikaru miraba el cielo artificial, perturbado por visiones que no entendía.

Zaira los veía desde las alturas.
Desde la sombra del Rey.
Desde la responsabilidad que aún no sabía que recaería sobre sus hombros.

El tiempo los está llamando…
La sombra del pasado los envuelve…
Y algo se aproxima que ni siquiera Arkhen puede prever.

Zaira cerró los ojos.

—Y yo… tendré que guiarlos.

Porque ella, más que nadie, sabía que la verdadera mañana oscura no era esta.

Era la que aún no había llegado.

​

Capitulo 18 - La Señal del Alba Sombría​

El amanecer apenas alcanzaba a teñir de dorado los muros del Refugio del Sol cuando una alarma vibró en toda la fortaleza.
Zaira abrió los ojos antes de que el sonido estallara por completo. Su mente ya había calculado diez escenarios posibles antes de que Wilzik anunciara la alerta.

—Una presencia extraña en el perímetro norte —rugió la voz del guardián.

Ella no necesitaba confirmación. Lo había sentido desde la madrugada: un quiebre imperceptible en los flujos de energía del Refugio, como un susurro de sombra intentando colarse entre runas solares.

Caminó con determinación hacia la sala del trono. Arkhen ya la esperaba.

—No es un simulacro —dijo Zaira sin que él preguntara.

El Rey asintió.
—Lo sé. Necesito que observes a los niños durante esto.

Zaira apretó los labios.
“Los niños”.
Budry, Ikaru, Sky, Cannorth… variables inestables en una ecuación que aún no comprendía.

Pero sobre todo Budry.

Y ese otro… ese que hace que el tiempo titilee.

​

1. Los niños en la arena

Zaira observaba desde un balcón superior. Su manto blanco y sus placas metálicas brillaban al ritmo de los cristales solares.

Los cuatro niños se alineaban en la arena central. Cada uno cargaba una energía distinta, un ritmo, una anomalía. Pero ella solo veía riesgos.

Su mirada se detuvo más tiempo de lo normal en Budry.
Ese niño irradiaba algo que no era simple luz… ni simple oscuridad. Algo híbrido, impredecible.

Ikaru, en cambio, afectaba el ambiente de forma más sutil: pequeñas vibraciones temporales. Zaira las notaba porque era la única capaz de medirlas sin instrumentos.

Tahiana se encontraba en lo alto, con la mirada fija en Ikaru. Zaira lo notó.
—Admiración juvenil —murmuró con indiferencia—. Distracción inútil.

Pero incluso eso podía volverse peligroso.

​

1.1 El enemigo aparece

Las runas del suelo avisaron primero: una deformación en la luz.
Zaira sintió la perturbación antes de que el demonio emergiera de entre los árboles.

La criatura surgió tragando la luz, distorsionando todo a su alrededor como si la realidad tuviera miedo de tocarla.

—Esto no es un demonio errante común —susurró Zaira, y su respiración se volvió más corta.

Budry retrocedió.
Sky elevó su postura defensiva.
Cannorth tembló apenas.

Pero fue Ikaru quien reaccionó de forma… inhumana.

Zaira lo vio con claridad:
El tiempo osciló a su alrededor.
Se dobló.
Respiró.

Como si lo reconociera.

—Ah… entonces no fue accidente —murmuró ella, analizando sin pestañear—. El fragmento vio lo que yo no.

​

1.2 El combate

El demonio se abalanzó.
Zaira observaba cada movimiento, cada reacción, cada desviación en la energía.

Budry esquivó con una torpeza impulsada por puro corazón.
Sky usó técnica, aunque insuficiente.
Cannorth resistía gracias al miedo.

Pero Ikaru…
Ikaru se movía como si ya hubiera visto el ataque antes.

Zaira apretó los dedos en la baranda mientras lo veía esquivar.
—Anticipación no entrenada. No… es más que eso. Es… previsualización temporal.

Su corazón latió con fuerza al comprenderlo.
Y eso no solía pasarle.

Ikaru murmuró algo, confundido, y Zaira captó su voz amplificada por las runas.

—“¿Qué me pasa…?”

“Lo que te pasa puede destruirnos a todos”, pensó ella.

​

1.3 Una sombra dentro de otra sombra

La criatura atacó otra vez, con violencia.
Y allí, Zaira vio la verdadera anomalía:

Un destello dentro de la mente de Ikaru.
Una visión proyectada en tiempo real.

Ella no podía ver al hombre misterioso como él, pero sí sintió el quiebre temporal.
Una fractura microscópica, pero letal para el flujo solar.

—Hay alguien más en su eje del tiempo… —susurró Zaira, horrorizada—. Otro usuario. Uno que domina mejor.

Por primera vez en años, Zaira sintió miedo.
No por ella.
Por el Refugio.
Por los niños.

​

1.4 Budry y la chispa del recuerdo

Mientras el demonio avanzaba, Zaira notó otra vibración energética:
Budry.

El niño miraba la estatua de Chums.
Un vínculo emocional encendido como fuego vivo.

—No… —Zaira abrió los ojos, alarmada—. Ese tipo de activación emocional puede despertar su anomalía interna.

Pero Budry ya había cambiado.

Se movía más rápido.
Con más decisión.
El dolor se había vuelto impulso.

—Ese niño… no es normal —murmuró Zaira—. No es seguro.

​

1.5 La victoria de Ikaru

Ikaru, usando instinto puro, dobló la corriente temporal a su favor un instante.
Un segundo apenas… pero suficiente para empujar al demonio hacia la luz.

La criatura explotó en una marea de sombras.

Los niños celebraron.
Tahiana corrió hacia Ikaru.
Wilzik gritó órdenes mezcladas con orgullo.

Pero Zaira…
Zaira descendió las escaleras con el ceño fruncido y los ojos encendidos de preocupación científica.

—No lo entiendes, muchacho… —susurró mientras Ikaru trataba de recuperar el aliento—. Lo que llevas dentro no es un don. Es una puerta.
Y no sabemos quién está del otro lado.

​

1.6 El juicio de Zaira

Cuando el Consejo se reunió, Arkhen felicitó a los niños.
Wilzik los llamó valientes.

Tahiana no se despegaba de Ikaru.

Budry sonreía, agotado.

Pero Zaira habló después de todos.

—Rey Arkhen… estos niños no vuelven a entrenar sin supervisión directa.
Lo que enfrentamos hoy no fue un demonio errante. Fue un mensaje.

—¿De quién? —preguntó Arkhen.

Zaira apretó el manto contra su pecho.

—Del tiempo mismo.

Miró a Ikaru con una mezcla de temor y fascinación.

Y luego a Budry… con un miedo distinto.

Dos anomalías.
Dos caminos.
Un destino que el Refugio aún no estaba preparado para enfrentar.

—La oscuridad no viene —dijo ella, solemne—.
Ya está aquí.​

​

Capítulo 19 – Heterihum

A los diecinueve años, Zaira trabajaba sola en su laboratorio, en una de las torres más altas del Refugio del Sol.
Desde allí, el horizonte nublado parecía arder con un resplandor dorado, precursor de tormentas solares.

Aquella mañana, algo extraño le apretaba el pecho: nostalgia… incertidumbre… y poder.

Rodeada de planos, tubos, ecuaciones y cristales, Zaira se dedicaba al proyecto que la obsesionaba desde hacía meses:
el Heterium, un brazalete capaz de amplificar, interpretar y canalizar la energía emocional.

Porque para ella, la fuente de poder más real no era el Sol, ni el metal, ni la ciencia.
Era el corazón humano.
Dolor, amor, ira, esperanza.
Eso movía al mundo.

Y ese principio estaba tatuado en cada hebra de su código.

​

1. La Anomalía

Zaira ajustaba una de las frecuencias emocionales del brazalete durante un módulo de prueba.

—Dolor nivel seis… activando nodo de rechazo emocional —susurró.

Pero esta vez el brazalete no obedeció.

Un destello violento brotó del núcleo.
Las inscripciones matemáticas del traje de Zaira comenzaron a iluminarse.
Los números romanos se desplegaron sobre la tela, moviéndose, como si advirtieran un peligro.

—¿Qué… qué es esto? —exclamó retrocediendo un paso.

La energía del artefacto era pulsante, viva.
No parecía un mecanismo… sino un corazón latiendo fuera del cuerpo.

—No es un error —murmuró—. Es… una respuesta emocional viva.

Una onda de choque explotó hacia arriba, quebrando uno de los ventanales.
Alquimistas y aprendices subieron alarmados, pero Zaira los detuvo con la mano.

—Estoy bien. No me está atacando. Está… reaccionando.

​

1.1 El Recuerdo de Budry

El Corazón de Cristal Verde**

En medio del caos controlado, Zaira recordó algo.
En su mesa reposaba un pequeño relicario de metal oscuro.
Dentro, envuelto en una tela plateada, estaba el fragmento que Budry le había entregado en su boda:

Un Corazón de Cristal, de color verde.
Un fragmento vivo.
Un núcleo emocional puro.

“Esto algún día te servirá más de lo que imaginas”, le había dicho Budry.

Zaira ahora entendía por qué.

Tomó el corazón de cristal entre sus manos.
El fragmento latía suavemente, como si reconociera su energía.

—Tú eres la pieza que falta… —susurró—.
No para potenciarlo… sino para darle un alma.

Caminó hacia el núcleo abierto del Heterium.
Las placas se separaron como pétalos, revelando un hueco perfecto para alojar el fragmento.

Zaira inhaló profundamente y implantó el Corazón de Cristal verde dentro del brazalete.

En el instante en que el fragmento tocó el núcleo, una luz verde y dorada se encendió.
El laboratorio vibró.
Las ecuaciones sobre su traje se alinearon.
El aire pareció detenerse.

El Heterium despertó.

Un pulso cálido rodeó su mano, casi como si el brazalete la abrazara.

Zaira, con los ojos abiertos de par en par, sintió algo imposible:
empatía.
El artefacto… estaba sintiendo su emoción.

—Este artefacto… siente —repitió, ahora con certeza—.
Y si puede sentir… entonces puede proteger.

​

1.2 La Inscripción Final

Zaira tomó su cincel de grabado y, sin poder contener las lágrimas, escribió en la base interna del brazalete:

“Heterium – Nacido del Corazón.
Alimentado por lo que más tememos: nosotros mismos.”

El brazalete se cerró, sellando el fragmento verde en su interior.

El núcleo se estabilizó.
El pulso emocional se hizo constante.
Y el Heterium quedó completo… casi vivo.

​

1.3 El Observador Silencioso

En lo alto de la torre, oculto entre las sombras de un pasillo elevado, el Rey Arkhen la observaba.

En su mirada había orgullo…
pero también un temor que nunca antes había sentido.

Sabía que Zaira acababa de dar un paso hacia un destino que ni siquiera él, Rey del Sol, podía controlar.

Porque ahora, en el corazón del Refugio, existía un objeto capaz de sentir.
Y su alma…
era verde.
Era de Budry.
Era de Zaira.

​

Capítulo 20 – Fragmentos del Eclipse

Un año después, el mundo ya no era el mismo. Las sombras cubrían los cielos del Refugio del Sol y la esperanza pendía de un hilo. La Batalla del Eclipsis había comenzado.

Cannorh, Sky y Ikaru yacían en el suelo, heridos de gravedad, casi irreconocibles entre la sangre y el polvo. Moros, altísimo e imponente, reía con una oscuridad helada que calaba hasta los huesos.

—¿Es esto lo mejor que pueden ofrecer? —escupió con desprecio, su voz resonando como un eco eterno.

De pronto, un destello.

Budry apareció entre los restos calcinados de la ciudadela, con la mirada vacía, los puños apretados… y un aura que devoraba el silencio. Observó a sus amigos, inconscientes, derrotados. Algo dentro de él se rompió.

—…Ya no queda nada —murmuró, apenas audible.

Zaira lo observaba desde lejos, escondida entre ruinas, su cuerpo aún débil tras las secuelas de su última herida. P

ero lo que vio en Budry la congeló. Su rostro había perdido toda humanidad, sus ojos se distorsionaban: el izquierdo se volvía negro con una pupila escarlata, un cuerno se alzaba de su frente como una espina del abismo.

Budry… —susurró Zaira, con un nudo en el pecho—. ¿Qué te hicieron…?

Pero ni siquiera él parecía reconocerse.

Una mueca enfermiza, casi una sonrisa, apareció en su rostro. Y entonces, del cielo comenzaron a caer… huesos. Cientos. Deformes. Afilados. Llovían como meteoros, cada uno dirigido con precisión aterradora. Zaira, incluso entre el miedo, lo entendió:

—Su estilo… es de ataque a distancia… pero estos patrones… son irracionales.

Está perdiendo el control…

Budry se lanzó contra Moros con una furia ciega.

Cada golpe era acompañado por estallidos, cada movimiento, una aberración.

Moros bloqueó el primer impacto, pero por primera vez… retrocedió.

—Así que por fin despertaste… hijo del eclipse —dijo con una sonrisa torcida.

La batalla se volvió un torbellino de destrucción. El suelo se abría, el cielo se oscurecía. Entonces, una grieta infernal surgió de las profundidades.

De ella emergió una bestia espantosa: una cabeza felina de ojos vacíos, patas gigantes y huesos en espiral.

Era Rongo… renacido, deformado… vuelto cerbero.

La criatura rugió y se unió a Budry, envolviéndolo. El resultado fue algo más que un guerrero: era un ente híbrido de furia y dolor, el Heraldo del Eclipse.

Pero la unión no fue perfecta. En medio del combate, Moros logró perforar el pecho de Budry con una lanza negra.

Un crujido desgarrador resonó. Zaira, desde lejos, lo oyó… y gritó.

—¡BUUUDRY!

Pero entonces, algo más ocurrió.

Budry se levantó.

Su cuerpo exhaló una niebla oscura, y su risa… no era suya. Era la de algo antiguo, impío.

Zaira, aterrada, se dio cuenta: ya no podía analizar nada. La pelea había trascendido la razón. Todo era caos.

De pronto, el aire se detuvo.

DONG… DONG… DONG…

Campanadas. Una, dos, muchas. Desordenadas. Como si el tiempo mismo hubiese enloquecido. Y luego… el sonido del cristal quebrándose.

Zaira alzó la vista.

El cielo tenía grietas.

Una de ellas se abrió como un portal, de la cual descendió una figura con aura púrpura. Una presencia imposible. Aquello no pertenecía a este mundo.

—No… —susurró Zaira, cayendo de rodillas—. Esto ya no es una batalla. Es el fin de la realidad.

La figura descendió hacia Budry. Y entonces, algo salió disparado. El impacto fue tal que montañas colapsaron con un temblor abismal.

Moros, viendo su oportunidad, lanzó un ataque directo a Budry. Pero Budry, sin mirar, lo desvió… y el rayo negro impactó a Zaira.

¡BOOM!

Silencio.

Zaira voló varios metros, estrellándose entre escombros. Un chorro de sangre surcó el aire. Su cuerpo quedó quieto, casi sin vida.

—¡ZAIRA! —gritó una voz, llena de dolor.

Chums.

Había llegado.

Corrió hacia ella. Se arrodilló a su lado. La abrazó como si intentara devolverle el alma con su calor.

—No… no tú también… —dijo con los ojos inundados de lágrimas—. No puedes dejarme…

Zaira, apenas consciente, movió los labios.

—…Budry… no está… solo…

Y se apagó. No murió. Pero su cuerpo volvió al estado vegetativo.

El brazalete Heterihum, aún en su brazo, comenzó a latir con luz. Como un corazón.

PUM… PUM… PUM…

Entonces, salió disparado, atravesando el aire hasta incrustarse en el pecho de Chums, fusionándose con su artefacto ancestral. Una explosión de energía iluminó todo el campo de batalla.

—¡MOROS! —gritó Chums con voz desgarrada, cargando el cuerpo de Zaira—. ¡Hiciste esto… lo pagarás Malparido!

Se incorporó. Sus ojos eran fuego.

—Juro por ella… juro por todos… ¡que no permitiré que esta noche eclipse nuestras almas!

Y así, en medio del colapso del mundo, con la realidad resquebrajándose, con Budry enfrentando horrores y Zaira en su último suspiro…

Comenzó la última marcha de Chums.

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