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The Last Sun King - ARKHENChumsOF
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Arkhen

FICHA TECNICA

- Nombre: Arkhen Solarys.

- Título:

*Guardián del Pueblo.

*Rey del Refugio del Sol.

*El Portador de la Espada Solar.

- Raza: Humano.

- Edad: 40 años (en la Batalla del Eclipse).

- Sexo: Masculino.

- Altura: 1.87 m, musculoso y endurecido por décadas de combate.

- Armas Principales:

  • Espada de Fuego Eterno: una hoja bañada en llamas solares, capaz de cortar incluso sombras y entidades sobrenaturales.

  • Escudo del Amanecer: escudo dorado que refleja la luz del sol, puede proyectar destellos cegadores o formar una barrera de energía solar.

- Lugar de Origen: Refugio del Sol.

- Personalidad: Justo, disciplinado, protector. Arkhen no busca la gloria, sino servir al pueblo. Tiene el peso de las enseñanzas de Hadam y la responsabilidad de todo el Refugio sobre sus hombros.

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Capítulo 1 – El Niño del Refugio

En el Refugio del Sol, un lugar donde los muros dorados protegían al pueblo de las tormentas ardientes del desierto exterior, nació Arkhen, hijo de un escriba y una tejedora.

A diferencia de otros niños, él no soñaba con riquezas ni con magia, sino con el deber de proteger. Desde pequeño observaba a los soldados de la Guardia, altos como estatuas, jurando lealtad a la luz que mantenía vivo al Refugio.

Una noche, mientras entrenaba solo con un palo de madera, fue sorprendido por un capitán de la Guardia.

—¿Qué haces, muchacho? —preguntó el hombre, con voz grave.
—Aprendo a proteger… aunque nadie me lo haya pedido —respondió Arkhen, sin soltar su improvisada espada.
El capitán sonrió.
—Ese fuego en los ojos… te llevará lejos. Ven mañana al cuartel. Si soportas el frío de las mañanas y el calor del sol, te aceptaré como aprendiz.

Así comenzó. Arkhen, apenas con trece años, se unió a la Guardia. Entre risas de burlas de los veteranos y castigos por su torpeza, fue forjando disciplina.

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Capítulo 2 – Hadam, el Guardián de la Muralla

Con diecisiete años, Arkhen fue enviado a vigilar la muralla del Refugio. Allí conoció a Hadam, el legendario guardián protector. Su figura imponía respeto: barba espesa, ojos que parecían leer el alma, y cicatrices que hablaban de mil batallas.

—Tú eres el nuevo cachorro —dijo Hadam, apoyado en su lanza de obsidiana.
—Soy Arkhen. Y no soy un cachorro.
—Lo eres —rió Hadam—. Pero uno con colmillos.

Los dos pasaron meses patrullando juntos. Hadam le enseñó más que a luchar:

—El muro no solo detiene enemigos. Protege esperanzas. Si olvidas eso, tu espada será inútil.

Una noche, cuando bandidos intentaron infiltrarse, Arkhen corrió a la vanguardia y bloqueó una flecha con su escudo, salvando a un niño. Hadam lo miró orgulloso.

—Has entendido. Proteger no es un deber. Es un instinto.

Años después, cuando la enfermedad de Monkey-Eater 510 comenzó a devorar pueblos enteros, Hadam cayó protegiendo caravanas que buscaban refugio. Su última enseñanza a Arkhen fue clara:

—No busques el trono, muchacho… pero si llega a ti, tómalo solo para servir.

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Capítulo 3 – El Devorador de Almas

Pero el destino del Refugio aún no estaba asegurado.
De las profundidades del desierto, donde ni la luz del sol podía entrar, surgió Narkhul, el Devorador de Almas.
Era un antiguo señor desterrado, nacido de cenizas y odio, con un cuerpo de hierro ennegrecido y venas que ardían con fuego púrpura.
Donde caminaba, las sombras cobraban vida, y su voz llevaba consigo el grito de miles de almas devoradas.

Narkhul reclamó el Refugio:
—El sol que veneráis será mi fuego eterno. Yo seré vuestro rey, y vuestras almas… mi banquete.

La Guardia tembló, los nobles huyeron y hasta los muros dorados parecían oscurecerse bajo su sombra.

Fue entonces cuando Arkhen, aún joven, reunió a los soldados que quedaban firmes.
—No retrocedan. Si este muro cae, no habrá otro.

La batalla fue frenética.

Sombras con garras negras se lanzaban contra los guerreros, arrastrándolos a la nada.

Narkhul invocó cadenas de obsidiana que atraparon a decenas, estrujando sus cuerpos hasta convertirlos en polvo ardiente.

Arkhen, con su espada en alto, luchaba como un sol desatado, lanzando llamaradas que desgarraban la oscuridad.

El choque final ocurrió en la plaza del Refugio.
Narkhul lanzó una tormenta púrpura que consumía la vida de todo lo que tocaba.
Arkhen, al borde del colapso, recordó las palabras de Hadam: “El muro protege esperanzas. No lo olvides.”

Con un grito, concentró toda su voluntad en su espada, que ardió como un sol en miniatura.
Corrió hacia el Devorador y, en un giro final, atravesó su pecho.

Un rugido estremeció el cielo.
Narkhul estalló en miles de cristales oscuros, que se deshicieron en polvo bajo la luz del amanecer.

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Capítulo 4 – El Ascenso de Arkhen

El silencio cayó sobre el Refugio.
El pueblo, testigo de la victoria, rodeó a Arkhen.
Los ancianos lo coronaron con la Corona del Sol Eterno, forjada con fragmentos de los cristales de Narkhul.

Ese día, Arkhen fue proclamado Rey del Refugio del Sol, no por ambición, sino porque se había convertido en el muro que protegió la última esperanza de su gente.

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Capítulo 5 – La Llegada de Zaira

Años después, cuando Arkhen ya era Rey, escuchó de una joven de Finix que viajaba con una cura para el Monkey-Eater 510. 
Esa joven era Zaira. La recibió en el Refugio, recordando cómo Hadam había hablado de ella antes de morir. 
Al verla, vio en sus ojos la misma chispa que él tuvo de niño. —No busco honores ni títulos —dijo Zaira—. 
Solo que nadie más pierda lo que yo perdí. Arkhen la miró con respeto. —Entonces compartimos el mismo destino. 
Fue así como la aceptó como aprendiz del Saber Solar, una mezcla de ciencia, alquimia y filosofía que solo unos pocos en el Refugio podían estudiar.

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Capítulo 6 – El Heterihum

Con apenas dieciséis años, Zaira ya era reconocida por la cura. Pero no fue su mayor legado.
Movida por el dolor de perder a Hadam y por la fe en que las emociones podían salvar más que las armas, creó el Heterihum: un brazalete dorado capaz de resonar con el alma de su portador.

Cuando lo activó por primera vez, el Refugio entero se estremeció bajo una ola de energía emocional. Arkhen mismo sintió su corazón vibrar.

—¿Qué has hecho, niña? —preguntó, con mezcla de temor y asombro.
—He demostrado que el alma también es ciencia. Y que el poder más grande… está en los sentimientos.

Arkhen se acercó y la tomó del hombro.
—Hadam estaría orgulloso de ti. Y yo también lo estoy.

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Epílogo – El Legado de la Luz

Arkhen llegó al trono porque eligió proteger antes que gobernar.
Hadam lo forjó como guardián.
Narkhul probó su fuego en la batalla.
Zaira le recordó que no solo se protegen cuerpos, sino también almas.

Así, el Refugio del Sol entró en una nueva era: donde la Guardia, la ciencia y el corazón del pueblo caminaban unidos.
Y el nombre de Arkhen se grabó en la historia no como un rey de hierro… sino como el Rey que aprendió del dolor, de la esperanza y de la victoria sobre la oscuridad.

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Capítulo 7 – Chums, Heredero de la Muralla

Tras la derrota de Narkhul y la llegada de la era de luz, el Refugio del Sol comenzó a reconstruirse.
Las murallas, heridas por la tormenta púrpura, fueron levantadas de nuevo con piedras y metales bañados en oro.
Pero Arkhen sabía que no bastaban muros fuertes: hacía falta un corazón que velara por ellos, como Hadam lo hizo antes, como él mismo lo había hecho en su juventud.

Fue entonces cuando llamó a su presencia a Chums, hijo de Hadam.
Era joven, pero en sus rasgos se reflejaba la fuerza de su padre: los mismos ojos que parecían leer el alma, la misma seriedad templada en batalla.
Había crecido escuchando las historias del Guardián caído, y en silencio había jurado honrar aquel legado.

Arkhen habló ante el pueblo reunido en la Plaza Solar:

—Hadam me enseñó que la muralla no solo detiene enemigos… protege esperanzas.
Él entregó su vida por este pueblo. Hoy, su sangre y su espíritu siguen entre nosotros.

Se volvió hacia Chums, y ante todos colocó en sus manos la Lanza de Obsidiana de Hadam, restaurada con fragmentos dorados.

—Chums, hijo de Hadam. Desde este día, serás el Guardián de la Muralla y Jefe de la Guardia. No porque seas hijo de un héroe, sino porque has demostrado ser digno de su herencia.

Chums inclinó la cabeza, con los ojos brillando de emoción.
—Padre… este juramento también es tuyo.
Y en voz firme declaró:
—No fallaré. Ni a la muralla, ni al Refugio, ni a usted, mi Rey.

El pueblo estalló en vítores.
La Guardia, formada en filas, golpeó sus escudos al unísono, aceptando a su nuevo líder.

Desde lo alto del muro, el sol iluminó la figura de Chums, que levantó la lanza como juramento eterno.
Así, la muralla tuvo un nuevo guardián, y el legado de Hadam siguió vivo en la sangre y en la voluntad de su hijo.

 

Capítulo 8 – El Destino de Budry

Años después del nombramiento de Chums como Guardián de la Muralla, el Refugio enfrentó su hora más oscura.
En la medianoche sin luna, cuando el desierto estaba en silencio, llegó un enemigo que ni las murallas doradas pudieron contener: Moros, el Portador del Final.
Nadie sabía de dónde había surgido, pero su sombra traía consigo presagio de ruina. Su poder no era de fuego ni de acero, sino de fatalidad misma: donde caminaba, el destino parecía quebrarse.

Moros lanzó su ataque contra el Refugio con una fuerza brutal. Las torres ardieron, y el cielo se tiñó de rojo.
Entre los primeros en resistir estuvo Chums, hijo de Hadam, que lideró a la Guardia en el corazón del caos. Su lanza brillaba como relámpago entre las sombras, y cada golpe derribaba hordas enteras.

Pero mientras la batalla rugía en las murallas, la tragedia golpeó dentro de la ciudad.
En su propio hogar, Alice, madre de Chums y de Budry, quedó atrapada en el incendio provocado por la furia de Moros.
A su lado estaba Rongo, la fiel mascota de la familia, que ladraba y embestía desesperado, intentando abrir paso entre las llamas para salvarlos.

El fuego fue implacable.
Cuando los vecinos llegaron, solo encontraron cenizas: Alice y Rongo habían muerto calcinados en su casa, convertidos en mártires silenciosos de aquella noche de horror.

Mientras tanto, Chums peleaba como un titán, decidido a contener el avance de Moros y dar tiempo al pueblo para huir.
Muchos juraron verlo resistir más allá de lo humano, su silueta rodeada de llamas y ceniza, luchando contra la fatalidad misma.
Pero cuando al fin amaneció, no había rastro de su cuerpo.
¿Había caído entre las llamas? ¿Había sido arrastrado por las sombras de Moros? Nadie lo sabía.
Solo quedaba la incertidumbre… y un silencio que pesaba como plomo en el corazón de Budry.

Arkhen, testigo desde las murallas, descendió con el rostro endurecido por la pena.
El niño, huérfano y marcado por el fuego, lloraba en medio de las ruinas.
El Rey tomó una decisión irrevocable:

—Este niño será reclutado. No por obligación, sino por destino. El Refugio forjará en él la fuerza que necesita para vivir… y para proteger.

Así, Budry fue llevado a la Guardia, aún con el dolor fresco en sus ojos.

Con el paso de los años, no estuvo solo. Junto a Budry fueron reclutados sus amigos:

Sky, entrenado en el combate cuerpo a cuerpo. Desde joven se inclinó por la disciplina del boxeo, pero lo llevó más allá de un simple arte marcial: sus golpes eran brutales, capaces de derribar a enemigos dos veces más grandes que él. Se convirtió en el puño de la Guardia, rápido, contundente y feroz.

Cannorth, proveniente de un linaje indígena antiguo, ya dominaba habilidades que la Guardia jamás había visto. Podía invocar la fuerza de la naturaleza: levantar ráfagas de viento, endurecer su piel como piedra o canalizar corrientes de agua para sanar y golpear. Su conexión con los elementos lo hacía tanto un guerrero como un espíritu de la tierra.

Ikaru, dotado de una habilidad única: reflejos sobrehumanos. Sus ojos captaban el movimiento antes de que ocurriera, permitiéndole anticipar golpes y reaccionar con una velocidad imposible para otros. En el campo de batalla parecía danzar entre ataques enemigos, esquivando y contraatacando con una precisión que lo hacía imparable.

Los cuatro crecieron entre disciplina, cicatrices y recuerdos amargos. Y aunque el fuego de aquella noche jamás se borró de la memoria de Budry, ese mismo fuego se convirtió en la chispa de una hermandad destinada a enfrentar el futuro… y quizá algún día, a vengar la sombra de Moros.

 

Capítulo 9 – La Batalla del Eclipse

El sol, eterno guardián del Refugio, comenzó a apagarse.
Un eclipse cubrió el cielo, tiñendo el mundo de un crepúsculo antinatural.
Las murallas doradas ya no brillaban: eran sombras mudas frente al regreso de un enemigo que traía consigo el olor a ruina.

Moros había vuelto.
El Portador del Final, envuelto en un manto de oscuridad que devoraba la luz misma, avanzaba hacia el Refugio con una calma aterradora.
Sus ojos eran pozos de destino roto, y cada paso hacía temblar la tierra como si el futuro entero se desgajara.

Arkhen, Rey del Refugio, no esperó refuerzos.
Sabía que esa era su batalla.
Sabía que el muro debía resistir.

Desde la muralla descendió con su armadura solar, portando la Espada de Fuego Eterno y el Escudo del Amanecer.
Su voz retumbó entre las filas de la Guardia:

—¡Hoy el Refugio se aferra a la luz! ¡Hoy la sombra no pasará!

Y se lanzó contra Moros.

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1. El Combate

Arkhen desató su arsenal completo de habilidades:

La espada ardía como un sol, lanzando cortes de fuego que partían en dos a las hordas de sombras de Moros.

El escudo liberaba destellos cegadores que disolvían lanzas oscuras en el aire.

Con cada golpe de su puño, la tierra temblaba, y columnas de luz emergían del suelo como lanzas solares.

Moros, sin embargo, parecía inquebrantable.

Su manto absorbía la luz de la espada, apagando el fuego como si fuera ceniza.

Con un gesto, convertía el aire en cadenas de sombra que intentaban aprisionar al rey.

Cada palabra suya era un susurro de fatalidad, que debilitaba el corazón de los soldados cercanos.

Arkhen rugió, liberando su última técnica: el Rugido del Sol, una explosión de luz que iluminó todo el campo como un amanecer.
Las sombras retrocedieron. Por un instante, el Refugio volvió a brillar.

Pero Moros no cayó.
Entre la cegadora claridad, emergió intacto, como si la luz no pudiera alcanzarlo.

Con un movimiento brutal, el Portador del Final derribó a Arkhen, hundiéndolo contra el suelo.
El rey, exhausto, sangrando y con su armadura hecha pedazos, comprendió la amarga verdad: ni siquiera su poder era suficiente para derrotar a Moros.

​

1.2 El Amanecer de una Nueva Llama

El eclipse se cerraba sobre el mundo, y el Refugio temblaba al borde del abismo.
Arkhen, de rodillas, levantó su espada rota y murmuró:

—Si no puedo… que sean ellos. Que la nueva generación se alce.

En ese instante, a lo lejos, comenzaron a escucharse pasos, gritos de guerra y el eco de nuevas armas.

Budry, Sky, Cannorth e Ikaru estaban llegando.
La hermandad forjada en dolor y fuego se preparaba para enfrentar al destino.

El verdadero combate apenas estaba por comenzar.

Habilidades:

1. Dominio Solar (Pasiva)

  • El cuerpo de Arkhen está en sincronía con la energía solar del Refugio.

  • Durante el día, sus fuerzas aumentan exponencialmente.

  • En eclipses o noches sin luna, su poder disminuye, pero aún resplandece con intensidad sobrehumana.

2. Espada Solar

  • Golpes con su espada liberan llamaradas que se extienden varios metros.

  • Corte Ascendente: proyecta una onda de fuego que arrasa con múltiples enemigos.

  • Círculo de Llamas: golpe giratorio que crea un muro de fuego alrededor de Arkhen.

3. Escudo del Amanecer

  • El escudo puede invocar destellos cegadores y defender contra ataques físicos y mágicos.

  • Reflejo Solar: refleja proyectiles o rayos mágicos hacia el atacante.

  • Muralla de Luz: genera un campo protector capaz de cubrir a varios aliados.

4. Rugido del Sol (Habilidad Definitiva)

  • Arkhen concentra toda la energía de su cuerpo y la libera en una explosión solar masiva.

  • Dispersa sombras y demonios al instante.

  • Ciega y aturde enemigos cercanos.

  • Solo puede usarse una vez en combate, pues deja a Arkhen debilitado.

5. Furia del Guardián

  • En momentos de desesperación, Arkhen canaliza recuerdos y emociones del pueblo que juró proteger.

  • Su fuerza física y velocidad aumentan de forma temporal.

  • Sus ataques ignoran defensas mágicas débiles.

  • Efecto secundario: desgaste severo en su cuerpo.

DEBILIDADES:

  1. Los eclipses y la oscuridad prolongada reducen su poder.

  2. Su arsenal consume enormes cantidades de energía vital; tras usar técnicas definitivas queda exhausto.

  3. Moros, como Portador del Final, es inmune a parte de sus ataques solares.

Frases icónicas:

  1. “Proteger no es un deber… es el único motivo por el que respiro.”

  2. “Si mi cuerpo cae, que mi sombra siga siendo un muro.”

  3. “No nací para brillar, nací para resistir.”

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